Antonio Krell - Abstracciones
El Arte es una cosa y la Naturaleza otra. Yo amo mucho el Arte y mucho la Naturaleza. Y si aceptáis las representaciones que un hombre hace de la Naturaleza, ello prueba que no amáis ni la Naturaleza ni el Arte.
Vicente Huidobro, c1921
Si bien Antonio Krell ha pintado la ‘Naturaleza’ –abarcando en ello desde retratos de personas cercanas hasta personajes interactuando entre sí tanto en el ámbito del Amor como el de la Guerra–, las suyas no han sido las ‘representaciones’ a las que alude Huidobro sino más bien interpretaciones de esa ‘Naturaleza’. No obstante, es significativo que cuando Krell asume finalmente el ejercicio del arte, a partir de la segunda mitad de la década de 1990, su primera incursión plena y solvente está marcada por la abstracción. Aquel primer conjunto de obras, titulado “Transición” y expuesto el año 2000 en la sala Montecarmelo –de esta misma Fundación Cultural de Providencia donde ahora expone 17 años después–, dejó ver el proceso paulatino del artista desde imágenes parcialmente reconocibles como las series Peces e Isla Cortes, hasta composiciones ya directamente abstractas como las series Cosmos, Eva y la propia Transición. Menciona entonces Krell sus impresiones frente a la obra de Wassily Kandinsky y su evolución de lo figurativo a lo abstracto, que él desarrolla por cierto aplicando su propio lenguaje y siguiendo su propia temática.
Luego, entre 2001 y 2006, Antonio Krell retorna al mundo figurativo pero lo hace ahora desde la abstracción en la que acaba de profundizar, esto es, esquematizando expresivamente los personajes que convoca a sus telas y dejando atrás el lenguaje onírico de las obras que precedieron a “Transición”. De alguna manera podemos afirmar que el artista no volverá a abandonar la abstracción, sea ésta más tangible como en sus conjuntos “Genocidio” y “Seres blancos” del periodo indicado –a los que se suman sus esculturas en cerámica gres–, o sea clamando desde la subyacencia en la serie “Erotika” que desarrolla entre 2006 y 2012. Más aún, Krell se permite constantes incursiones en la abstracción pura en paralelo a estos tres conjuntos de origen figurativo, titulándolas simplemente “Composición”.
La llanura vacía que se extiende por delante de un artista luego de un largo e intenso periodo de creación que culmina en una exposición, como fue el caso de “Erotika” para Antonio Krell, suele producir un vértigo que tambalea los pies, una agorafobia feroz en que las manos tantean sin poder asir nada. Krell se repliega en la abstracción, recoge sus velas figurativas y entrega de nuevo sus naves a las corrientes del gesto y el color. La presente exposición “Abstracciones” es el resultado de estos últimos periplos iniciados en 2012, de un viaje de momento detenido en 2016 a la espera de las nuevas olas por venir. Veintidós pinturas cuyos derroteros no se perciben pesquisando linealmente de una a otra, ordenándolas cronológicamente o agrupándolas por la preeminencia de algún color o la constante de un trazo en la mancha, sino perpendicularmente, una a una y en profundidad. Cada cual es una cuestión, una lucha, un conflicto enfrentado cara a cara y resuelto ocasionalmente a medias, abriendo treguas frágiles a punto de quebrarse para retomar la confrontación. Son pinturas de permiso, salen del taller en su día libre y se exponen en estas salas antes de regresar al campo de Marte que ha establecido Antonio Krell, a dar nueva cuenta de sus principios artísticos y volver a luchar por ellos.
Despliega nuevas armas el artista, como la racleta recabada al pintor alemán Gerhard Richter para ampliar los trazos y enfatizar el azar del combate; inserta también nuevas horas, como el blanco y negro que ampara las incursiones nocturnas. Con su exposición “Abstracciones” y al modo de los semidioses nórdicos, Antonio Krell se recoge al atardecer para relatar junto al fuego los veintidós enfrentamientos del día, sabiendo que quizás la guerra contra el Mal está perdida, pero que bien vale la pena partir al alba a dar una nueva batalla.
Mario Fonseca
Temuco, marzo 2017
Exposición EROTIKA - Galería Artespacio
A partir de 2006 y hasta la fecha, Antonio Krell se ha abocado a la pintura de parejas en trance sexual en una sucesión de series que titula “Erotika”. Un tema ligeramente incómodo en el contexto de una sociedad que se quiere conservadora en estos asuntos en público, mientras es invadida por la exacerbación on-line en privado. Las series de Krell, por el contrario, son intuitivas antes que clínicas, extáticas antes que explícitas, y se desglosan desde la exploración curiosa antes que de un agotado del manual de posiciones. Se sustentan en el encuentro natural y complementario de la pareja y en asumir la libido como un atributo humano cuyo problema no es tanto su intensidad como nuestra inveterada torpeza en admitirla y conducirla.
El tratamiento pictórico sigue acá los procedimientos del empaste y la densidad de los planos, tramos y trazos, habituales en el pintor desde una década atrás, en tanto las figuras se abordan a veces segmentándolas e interactuando con sus fragmentos y otras, construyendo volúmenes continuos intersectados por recortes o intervenciones gestuales. Con este lenguaje Krell desarrolla diversas series que pronto empiezan a incluir dúos a partir de una misma escena modificada, y que luego multiplica empleando reproducciones con intervenciones digitales.
Mario Fonseca
Santiago, julio 2012
Introducción al libro ANTONIO KRELL: OBRA 1990-2012 Ediciones Artespacio
ANTONIO KRELL: SINÉCDOQUE DEL PINTOR, LA PINTURA Y LO PINTADO
¿Qué lleva a un hombre a pintar? ¿Qué lo lleva a ser artista? Nada que podamos determinar en términos prácticos, para empezar. Ser pintor, ser artista no es objetivamente útil hoy en día, hay actividades que reciben mayores privilegios y reconocimiento en la obcecada generación de riqueza que caracteriza nuestro modelo de desarrollo. Es cierto sí que, llegado el momento, un buen número de prohombres de este apurado modelo suelen adquirir obras de arte, ya sea para decorar sus espacios, para invertir de manera algo extravagante, o ya sea –aunque los menos– para iniciar una aventura intelectual. De tal modo que la pintura tiene su instante de coyuntura con el desarrollismo a ultranza, pero esta ocurrencia es azarosa y, por lo general, efímera.
Pintar es así, necesariamente, un oficio con destino heroico, y quien ose asumirlo merecerá de sus cercanos tanta admiración como reservas, cuando no conmiseración. Muchos pintores desarrollan entonces otro oficio, a veces cercano, a veces divergente, para dejarle a la pintura un espacio libre en sus vidas, para no depender de ella –o para no responsabilizarla de las tareas de la dependencia, más bien. Visto con ponderación, esta doble actividad representa una nueva osadía, pues largo sabemos de las complejidades de servir a dos señores, en cuanto está escrito que “yo, Yaveh, tu Dios, soy un Dios celoso” (Éxodo 20, 5), asunto que no dirime la disyuntiva posterior “dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Lucas 20, 25), ni menos la afirmación excluyente “no podéis servir a Dios y al Dinero” (Mateo 6,24). Por último, Robert Rauschenberg sentencia, a comienzos de los ’60, que “ser pintor significa hallarse en ruptura”. De tal manera que ser pintor y ser ingeniero, por ejemplo, supone un paralelismo nada fácil de sobrellevar.
Viene así al caso agregar acá una distinción fundamental entre el pintor ‘de fondo’, por más que ‘paralelo’, y el ‘pintor de domingo’ o quien dedica parte de su tiempo a este ‘hobby’ como tal –como pasatiempo–, y ella es que por lo general entre estos últimos la tensión, el stress de pintar no se manifiesta. Sin desmedro de sus buenas obras, se distinguen de los pintores de fondo en que nada está resuelto para éstos, artísticamente hablando, en que el trabajo en el taller está siempre pendiente, en que la ansiedad por pintar es visceral y congénita, en que la pintura es una obsesión. La obsesión por pintar como la obsesión por lo pintado: el tema es consustancial con la práctica, resolver un retrato o un desnudo o un paisaje o un conjunto de objetos, resolver una escena cuando no una trama gestual o un juego de planos intersectados, comprometen el espíritu y el oficio, comprometen la mente, el corazón y la mano.
Hay en fin un estado de crisis recurrente en el artista, quien, dislocado del sistema, queda situado a medio camino, a modo de médium, entre lo que ocurre y el espectador. El artista percibe los intersticios de las cosas, de los hechos, y los hace tangibles a través de su obra. Nunca literalmente pues lo suyo es la metáfora y no el panfleto, mas esta metáfora pasa inevitablemente por su vida, que la modula. El pintor acá pinta lo ajeno pintando lo propio; desde las primeras pinturas rupestres ha venido haciendo de intermediario entre el hombre y las fuerzas inmanentes, a través de su acto artístico, a través de su huella, de su estilo. Y a través de su temática, por cierto.
Antonio Krell es un pintor de fondo, en paralelo a su actividad como ingeniero y empresario. Su vocación temprana debió resolverla en conjunto con las demandas de una vida en la que pronto incidieron circunstancias afectivas como un matrimonio y una familia. No es temprano afirmar que esa vida y sus circunstancias han estado permanentemente involucradas en su obra artística y constituyen la fuente temática de ésta, y que ello ha ocurrido siempre desde el interior del bien y del mal, sin soslayar sus innumerables facetas.
Son muchos los énfasis que han venido movilizando la vida de Antonio Krell confiriéndole la ubicuidad que le permite empeñarse con soltura ante Dios y ante el César: nacido en Ecuador como hijo menor de inmigrantes judíos que alcanzaron a huir a tiempo de la tardía persecución nazi en Hungría; alumno de un colegio liberal, ya en Santiago, donde recibe formación de profesores republicanos españoles, también huidos de la represión nacionalista, y entre los cuales destaca el pintor José Balmes; acceso más tarde al vespertino de la Escuela de Bellas Artes bajo la guía de la pintora Gracia Barrios, esposa de Balmes, en paralelo a sus estudios de Ingeniería en la Universidad de Chile que culmina con honores, para luego seguir posgrados en Europa combinados con estudios de vitral y mosaico; construcción de una familia y de una carrera profesional ocupando los más diversos estamentos de los más diversos rubros de la actividad empresarial, a cambio de veinte años sin pintar (c1970-1990); retorno al arte en medio de una crisis de salud para perseverar en su ejercicio hasta hoy, veinte años después y más. Una biografía siempre en tránsito que asume compromisos pero no se apega permite mantener la vitalidad en todos sus emprendimientos; la factibilidad de dejar las cosas deviene en el valor de conservarlas.
Desde inicios de los ’90 Antonio Krell pinta mucho pero muestra poco: expone recién el año 2000 en Montecarmelo, en forma individual, y posteriormente participa en 2003 en la VII Bienal de Arte Contemporáneo de Florencia, donde por lo demás obtiene un premio. Interesa esa reserva mantenida durante tanto tiempo de una obra que sólo podemos conocer ahora gracias al presente libro; en particular de las pinturas expresionistas de los primeros años de esa década que lindan con el desvarío, que interpelan el drama cotidiano de las relaciones humanas exacerbando la caída y exaltando luego la fuga onírica en pos de conciliar –ya que no conjurar– los imposibles, antes de remitirse a barrer las cenizas de tanto fuego fatuo. Pinturas que son así escarnio a la vez que reivindicación de los actos fallidos. Azules que entornan la volubilidad y amarillos que estigmatizan el oprobio. En estas piezas agrupadas acá bajo el título de “Quimeras”, Antonio Krell va registrando su testimonio de crisis sucesivas, para luego continuar pintando que la vida sigue y cambia y vuelve a cambiar, como la pintura.
En un momento dado, más de un siglo atrás, Wassily Kandinsky se había percatado que la “necesidad interior” que por sí sola inspira el arte lo iba alejando paulatinamente de la representación figurativa. Krell coincide con este sentimiento y observa con atención la evolución del pintor ruso a lo largo de sus series “Composición” (desde c1910), procediendo con su propia serie de “Peces” y luego “Transiciones” a desarrollar la abstracción del movimiento. El desglose de esta etapa es ágil y prolífico, con el plano intervenido asertivamente por el trazo y la mancha surgidos del gesto corporal y transmutados en signos que vivifican territorios insondables. Las series “Génesis” y “Cosmos” exacerban estos ejercicios hasta culminar desintegrando el horizonte, en tanto “Isla Cortés”, sin dejar el tachismo expresivo, se repliega a lo tangible, a los árboles y bosques de este territorio canadiense de la costa del Pacífico. El artista alcanza su epifanía: no va abandonar más la abstracción aun cuando desarrolle con la misma intensidad temáticas figurativas.
Con la serie “Par” adscrita al final de “Quimeras” por su afinidad temática, Antonio Krell vuelve a abordar la relación de pareja, dejando esta vez que sea la materia la que aporte los énfasis de comunión como de tensión implícitos en estos complejos vínculos. Este recurso pictórico coincide con un trazado más anguloso de las formas respecto a la soltura elipsoidal de las abstracciones previas, estableciendo un tratamiento que empezará a acompañar casi toda su obra sucesiva e, incluso, su escultura en cerámica gres.
Un paréntesis formal se abre en el desarrollo de la serie siguiente, “Genocidio”, donde el registro de las figuras es más fidedigno en función del contenido. La Shoah, el Holocausto, es un tema recurrente de la sociedad contemporánea y lo seguirá siendo en tanto la factibilidad de su repetición esté latente, algo que comprobamos día a día en distinta medida y a todo nivel, cuando diversos grupos humanos se proyectan descartando cualquier opción que no sea el exterminio del otro. En este sentido, pareciera que las dramáticas interpretaciones de la espera y la consumación de las ejecuciones en estas pinturas de Antonio Krell trasladaran su discurso a nuestro tiempo, algo que se reafirma por la semejanza temática con la serie inmediata y de largo aliento “Seres blancos”.
En “Seres blancos” Krell no sólo aborda directamente el conflicto de la tolerancia entre los seres humanos, sino se extiende a todos los ámbitos sociales donde la confrontación es el medio de resolución de los problemas –¿hay alguno donde no lo sea?–, desde las relaciones interpersonales hasta las controversias ideológicas, desde las diferencias económicas hasta los conflictos de género. Desplegando una sucesión rica en soluciones plásticas, variedad de formatos y experimentación sistemática de la composición, las pinturas de esta serie multiplican las opciones de armonía formal en contrapunto con la desarmonía argumental que representan. El proceso evoluciona paulatinamente hacia una nueva abstracción que termina por desintegrar a los “Seres blancos” y dar paso a “Composiciones” preeminentemente abstractas de planos sólidos y figuras densas, por más que ágiles, que acompañan a Krell desde mediados de la década del 2000 hasta hoy, y las que coinciden con su incursión en la escultura en cerámica gres.
Incorporado al prestigioso taller Huara Huara que dirige Ruth Krauskopf, Antonio Krell se da la oportunidad de moldear en la sensualidad de la greda tanto sus “Seres” como las “Composiciones” que denomina según su fuente de inspiración –Maya, Nepal–, y asimismo de especular con las veleidades de la pigmentación y el cocido. A modo de trazos tridimensionales, los segmentos de materia se adicionan hasta constituir volúmenes inquietos que seducen por lo táctil, cual si fueran pinturas para ciegos, tanto como por su asertividad volumétrica.
A partir de 2006 y hasta la fecha, Antonio Krell se ha abocado a la pintura de parejas en trance sexual en una sucesión de series que titula “Erotika”. Un tema ligeramente incómodo en el contexto de una sociedad que se quiere conservadora en estos asuntos en público, mientras es invadida en privado por la exacerbación erótico pornográfica on-line. Las series de Krell, por el contrario a esto, son intuitivas antes que clínicas, extáticas antes que explícitas, y se desglosan desde la exploración curiosa antes que del agotamiento del manual de posiciones. Se sustentan en el encuentro natural y complementario de la pareja y en asumir la libido como un atributo humano cuyo problema no es tanto su intensidad como nuestra inveterada torpeza en admitirla y conducirla.
El tratamiento pictórico sigue acá los procedimientos del empaste y la densidad de planos, tramos y trazos, habituales en el pintor desde una década atrás, en tanto las figuras se abordan a veces segmentándolas e interactuando con sus fragmentos y otras construyendo volúmenes continuos intersectados por recortes o intervenciones gestuales. Con este lenguaje Krell desarrolla diversas series que pronto empiezan a incluir dúos a partir de una misma escena modificada, y que luego multiplica empleando reproducciones con intervenciones digitales sobre las cuales vuelve a pintar o, como sus últimas piezas, que imprime directamente desde el archivo digital y genera ediciones numeradas a la manera del grabado tradicional. Pero más allá de la manufactura directa o la experimentación digital que emplee Antonio Krell en estas obras recientes, al devolver la mirada a sus “Quimeras” de los ’90 y, más recientemente, a “Genocidio” y “Seres blancos”, donde las crisis del individuo y la pareja son sucedidas por crisis sociales a todo nivel, podemos encontrar en la serie “Erotika” el rescate de al menos uno de los espacios donde aún permanece latente la posibilidad de empatía entre los seres humanos.
Mario Fonseca
Santiago, junio 2012
Entrevista ANTONIO KRELL
EL PINTOR DE LAS MATEMÁTICAS
En todos lados siempre existen híbridos. Por ejemplo, hay ingenieros que pintan y pintores que gustan de la matemática. Es cuestión de evocar a multiformes como Leonardo da Vinci (Italia), Cecil Crawford (Irlanda), Pedro Nel Gómez (Colombia) y Matthias Grünewald (Alemania).
En Chile ocurre lo mismo con Antonio Krell: totalmente híbrido, multifacético y contagiosamente vital. Su esencia se compone de números y brochas que se extienden por diversas metrópolis del orbe, con exposiciones individuales y colectivas, con créditos, publicaciones y reconocimientos. Es ingeniero civil, pintor y escultor, toca el piano y es dueño de una inmobiliaria… En fin, es un ex alumno del colegio Kent que un día escondió su pincel para recuperarlo veinte años después y consagrar su desarrollo profesional con su lado artístico.
Infancia de violines, ceviche ecuatoriano y el Kent School El retrato de Antonio Krell es el siguiente: sentado erguido en su despacho, su frente amplia y despejada concuerda con su carácter dinámico y locuaz. Sus facciones y claras tonalidades imponen su procedencia húngara-judía, aunque es chileno nacido en Ecuador. Canosamente despeinado, su pelo es expresivo tal como su pintura. Mientras voy componiendo mentalmente la efigie, oigo que hace cincuenta años egresó del Kent. Me cuesta creerlo, no lo creo, pues en aquel lienzo, su energía y juventud están muy bien enmarcadas. Retrocedo unos pasos y mejor comienzo desde el principio, en la época en que sus padres huyeron junto a sus dos hijos mayores de Hungría antes que comenzara la guerra. Se instalaron en Ambato, un pequeño pueblo de Ecuador, todo gracias a la visa obtenida a través de un amigo. Al poco tiempo, su padre, comerciante y de gran ingenio, creó el Restaurante Húngaro, que rápidamente se hizo famoso por sus deliciosos banquetes.
“Mi papá tocaba el violín y cantaba muy lindo, era el encargado de dar el espectáculo en el restaurante mientras mi mamá cocinaba. Ella preparaba comida húngara, judía y aprendió la ecuatoriana. Incluso yo todavía como el ceviche que mi mamá le enseñó a hacer a mi señora”, recuerda desde sus ojos celeste-grisáceos.
Cuando Antonio cumplió los seis años, él y su familia se vinieron a Chile donde su padre se instaló con un negocio de bombones de chocolate, que en esa época se llamaba Congo y que más tarde fue comprada por Ambrosoli. Ya en quinta preparatoria, lo matricularon en el Kent School… “Era un colegio muy liberal, cosmopolita y con amplitud de criterio, con profesores que compartían una historia de vida muy interesante. Fíjate que a mí fuera de Tarragó y Mengod me hizo clases de inglés el escritor José Donoso. Incluso yo partí mi pasión por la pintura con José Balmes, que fuera de ser un dibujante y un pintor fantástico, tenía una personalidad muy atractiva. También me hizo clases en mis últimos años, Ricardo Bindis, que hoy es un gran crítico de arte”, comenta orgulloso.
Y más satisfecho aún relata cómo su formación de tipo científica le permitió aventajar a sus compañeros en la educación superior. “Yo entré a estudiar Ingeniería Civil a la Universidad de Chile. En un principio, la carrera era muy complicada y yo era uno de los mejores alumnos porque venía con muy buena preparación del Colegio”. Veinte años de silencio Universidad, dos pasiones y una pena inesperada resumen los primeros años de juventud del pintor. Se matriculó en Ingeniería Civil de la Universidad de Chile y al tercer año se inscribió en el vespertino del Bellas Artes guiado por artistas de la talla de Gracia Barros y Luis Lobo Parga. Posteriormente, titulado y recién casado postuló a dos becas en Italia y Francia para compatibilizar el arte con los números. En Milán trabajó en talleres de mosaicos bizantinos, vitrales y otras técnicas medievales. Poco antes de partir a su beca en Francia, se enteró de la muerte de su padre tras un infarto.
“La muerte de mi padre me produjo una impresión muy fuerte, lo supe tres semanas después de que había fallecido y la sensación de no haber hecho el duelo en el momento fue muy complicada”, relata. A partir de aquella pena, Antonio dejó de pintar diluyendo su arte por veinte años y volviendo a Chile para reintegrarse en el área empresarial. Fue así como inició una carrera de ejecutivo de empresas, como gerente general de diversos bancos y proyectos independientes a partir del año 1985. Pesqueras, constructoras inmobiliarias y otras, recorrieron la trayectoria de Krell.
No obstante, fue hacia el año 1989 cuando Krell agripado y en cama sacó un block y empezó a dibujar. “Desde ese entonces no he parado”, asegura. Gracias a la asesoría de Concepción Balmes fue poco a poco retomando la confianza y dedicación en su pintura. Del mismo modo, fue dejando a su hija mayor a cargo de su negocio inmobiliario actual.
Figurativo, abstracto y expresionista
Revisando sus colecciones me detengo en la serie “Composiciones”, en la obra Composición 5, especialmente, por sus intensos coloridos, rojo al centro y azules en el resto de la tela, que se degradan en violetas, celestes y hasta verdes. Expresionista de raíces figurativas y abstractas, la emotividad y el color constituyen su principal estandarte. Puedo evocar diversas emociones y significados simultáneamente, creo que ahí está lo novedoso. En algunos cuadros, rostros emergen, se ocultan y se diluyen en un cosmos vivencial.
Sitúo una rótula sangrienta cristalizada en el hielo, tal vez un instante de dolor perpetuado que se derrite lentamente hasta olvidarse. “En mi pintura siempre está presente la búsqueda con la alternancia de logros y frustraciones. La composición y el color son mis principales motivos de inspiración”, señala.
— Pero, ¿qué piensa mientras pinta?
—Inconscientemente mi obra debe tener una relación con mi vida interior y, por tanto, con mi historia de vida —responde.
Revisando su currículum, se encuentran exposiciones individuales y colectivas en Barcelona, Florencia, Buenos Aires y Santiago. Algunos de sus trabajos más destacados son “Seres Blancos”, “Composiciones” y “Erotika”, aún en proceso. “Utilizo acrílico y óleo. A veces, carboncillo, pasta de relieve y otros materiales, lo que se denomina como técnica mixta”, afirma. Sin embargo, hace cinco años se le ocurrió agregar la greda a una de sus telas. “Traté de incorporarla pero fue imposible porque se degradaba, traté de buscar una solución y hablé con la ceramista Ruth Krauskopf del Taller Huara Huara”, relata. No hubo caso, mas sí encontró una nueva pasión: la escultura.
A través de la cerámica gres y al igual que con su pintura, trabaja con elementos figurativos y abstractos. “No hay temática única. En el caso de las esculturas figurativas, pueden ser humanas, semi-humanas, individuales o parejas. Igualmente, construcciones abstractas”, expresa. Cabezas y Torsos, Mayas y Nepales, Seres y Composiciones son también algunas de sus series de esculturas que impregnan el multifacético espíritu de Krell, que nunca se dio por vencido, logrando transformarse en un personaje absolutamente multifacético.
Catherine Bernales
Santiago, abril 2008
Exposición SERRES BLANCOS - Galería Artespacio
Es reiterativa la presencia de ciertas figuras, generalmente blancas, que aparecen solas o en grupo, deambulando enceguecidas entre brumosas atmósferas cromáticas. Krell es muy claro al intentar explicar la situación de estos personajes diciendo que son la personificación de su angustia por la cantidad de conflictos bélicos a nivel mundial, la enorme mortandad en el tercer mundo producto del hambre y las enfermedades, el aumento de la brecha socioeconómica entre los países desarrollados y el resto, la crisis de energía, el calentamiento de la tierra…
Entonces nos encontramos con que las preocupaciones de este artista son las preocupaciones de todos. Sus pinturas apuntan a una situación universal, a un conflicto mayor que nos atañe a cada uno de nosotros y que rara vez exteriorizamos, para en cambio, guardar silencio y hacer vista gruesa a una realidad apremiante. Es imposible negar que las pinturas de Antonio Krell son un verdadero aullido de auxilio, una escenificación desgarradora de la condición humana. Y eso es un acto de valentía digna de destacar que el artista ha encontrado plasmado en una decidora cita de Octavio Paz “La actividad artística tiene una relación indudable con el exorcismo. El artista quiere deshacerse de sus obsesiones, y cuando lo logra, advierte que se ha convertido en un hacedor de fantasmas”.
Daniela Rosenfeld
Santiago, julio 2006
Ensayo ANTONIO KRELL
Hay que ser valiente para en un determinado momento, tras varios caminos y opciones recorridas y desde una perspectiva más madura de la vida, decidirse a pasar buen parte del tiempo en una actividad completamente diferente a la habitual. Pero así como el coraje es necesario, también lo es la responsabilidad que esto conlleva un hacerse cargo y enfrentar con sus altos y bajos el dar rienda suelta a un objetivo o necesidad expresiva que, de otra manera, permanecería penosamente coartada.
Este es el caso de Antonio Krell. Un hombre que no sólo ha optado por un desafío tan exigente como el que representan hoy en día las artes visuales sino que además por mostrar su producción públicamente, tal como lo hace en la presente muestra de sus últimas creaciones. Este ingeniero civil de profesión, ha visto sus inquietudes más insondables tomar forma y así encontrar modos de canalizar su energía en la pintura y, últimamente también en la escultura. Tanto así que esta práctica ocupa hoy un capitulo trascendental de su vida, con la cual dice sentirse cada vez más comprometido
y confiado, a nivel de necesitarla en forma metódica y constante.
Desde los pinceles
La práctica de la pintura se le ha ido transformando en una verdadera obsesión, en una de esas pasiones que consumen tanto que lo han mantenido asiduo y concentrado sólo en lo que sus inspiraciones más profundas le vayan demandando. Krell no necesita más que eso. Su diálogo cerrado y silencioso con su pintura es su contento, su satisfacción. Asimismo, manteniéndose ajeno a academicismos, modas o tendencias visuales foráneas a la directa inmediatez entre el pincel y la tela, su pintura se alimenta de sí misma, se desarrolla paso a paso sobre sus propios fundamentos, sobre sus propios éxitos o fracasos, pasando a formar un cuerpo de obra verdaderamente auténtico, original y por cierto pleno de espontaneidad.
Surgen entonces el instinto y el color, elemento clave en su pintura, va apoderándose -con rojos, tierras y azules- de las superficies. De manera decidida casi cruda, cubren con su espesor el generoso espacio de sus formatos y les confieren un importante peso emotivo.
Las pinturas aquí exhibidas corresponden a una serie desarrollada entre 2004 y 2006 cuyo eje temático profundiza en la desolación del hombre contemporáneo. Es reiterativa la presencia de ciertas figuras, generalmente blancas, que aparecen solas o en grupo deambulando enceguecidas entre brumosas atmósferas cromáticas. Krell es muy claro al intentar explicar la situación de estos personajes diciendo que son la personificación de su “angustia por la cantidad de conflictos bélicos a nivel mundial, la enorme mortandad en el tercer mundo producto del hambre y las enfermedades el aumento de la brecha socioeconómica entre los países desarrollados y el resto, la crisis de energía, el calentamiento de la tierra, etc.
Entonces nos encontramos con que las preocupaciones de este artista son las preocupaciones de todos. Sus pinturas apuntan a una situación universal, a un conflicto mayor que nos atañe a cada uno de nosotros y que rara vez exteriorizamos, para en cambio, guardar silencio y hacer vista gruesa a una realidad apremiante. Es imposible negar que las pinturas de Antonio Krell son un verdadero aullido de auxilio, una escenificación desgarradora de la condición humana. Y eso es un acto de valentía digna de destacar que el artista ha encontrado plasmado en una decidora cita de Octavio Paz “La actividad artística tiene una relación indudable con el exorcismo. El artista quiere deshacerse de sus obsesiones, y cuando lo logra, advierte que se ha convertido en un hacedor de fantasmas”.
Pero, por otro lado, hay algo en su arte que no irradia sólo catástrofes. Hay algo que se cuela entre los espacios que deja la danza de estas figuras y que permite pensar en una oportunidad, o en una armonía quizás. Y lo importante es que ese compromiso es del espectador. Será él o ella quien deberá traducir estas imágenes y darles sentido desde su punto de vista. Sera el receptor visual de su obra quién deberá tomar partido ante lo planteado y sobrepasar, en conciencia, la pasividad de su contemplación.
Estas imágenes representan un quebranto, un desconsuelo, un estado que claramente tiene que ver tanto con los pesimistas panoramas ya vividos como con los que se ven venir. Sin embargo, instruimos también en ellas una pena no tan colectiva sino más personal, quizás autobiográfica.
Probablemente ni el mismo artista tenga claro los alcances de sus pinturas, nadie los tiene, porque la reflexión que suscitan apunta a un “despertar”, a una lectura renovada donde el drama es parte de todo y el desastre en algún momento da cabida a la luz. Las crisis son definitivamente una oportunidad.
Así, pronto veremos surgir una nueva inquietud temática en la obra de Antonio Krell, pasando la presente muestra a constituirse nada más que como un paréntesis, uno mas entre tantos que conforman la existencia misma.
Desde la materia
El acercamiento de Krell hacia el volumen se ha visto felizmente materializado en aquella unión vernácula de la tierra con el agua. La cerámica le ha dado entonces la herramienta necesaria para volcar sus talentos hacia otras dimensiones. En sus piezas escultóricas vemos repetirse el mismo gesto que en sus pinturas. El brío de su brochazo se revela ahora en forma de porciones de pasta agrupadas rústicamente unas sobre otras para hacer brotar, nuevamente, una figura vuelven sus seres humanoides, una y otra vez, como apesadumbrados, cargados y cansados de soportar su propio peso. Asimismo, extremidades cortas y cúbicas son la base firme para una cabeza. Una cabeza que reflexiona, que gesticula, que intenta mantener su verticalidad a modo de tótem y que, en su contención, nos recuerdan ciertas figuras primitivas, en directa relación con el contexto de donde provienen: la tierra.
La escultura de Krell es tan sentida como su pintura. Se observa en ella una particularidad que se une esclarecidamente con una postura de franqueza frente al material. Más que análisis formales y/o conceptuales, sus piezas hablan desde la intimidad de su autor.
El mismo las ha descrito como figuras antropomorfas aprisionadas en sus angulosos cuerpos que, a su vez, toman la forma de construcciones deterioradas, de edificios en demolición. Así, la espontaneidad de la arquitectura que sostiene estos cuerpos se torna movediza, irresoluta, más versátil. Su aparente solidez y madurez le deja un lugar ahora a la blandura, la ternura, a fin de cuentas a su propia y obtenida realidad.
Sin timidez alguna, sus brutales figuras responden más a su subconsciente que a un raciocinio. De allí su carácter distintivo, de allí su verdad.
Daniela Rosenfeld
Santiago, julio 2006
Presentación biográfica ANTONIO KRELL
Antonio Krell comenzó a dibujar desde niño, pero recién ahora está dedicando la mayor parte de su tiempo y esfuerzo a la creación artística. Nació en 1939 en Ambato, un pequeño pueblo de Ecuador. Sus padres, Antonio Krell y Rosa Rosenfeld, que habían logrado escapar de la convulsionada Transilvania junto a sus dos hijos mayores, pudieron viajar a Ecuador gracias a la visa conseguida por un amigo que residía allí.
En Ambato y más tarde en Cuenca, una hermosa ciudad colonial, los Krell instalaron el “Restaurant Húngaro” donde doña Rosa se encargaba de la cocina y don Alejandro animaba a la clientela con su violín y sus canciones. Cuando Antonio tenía 6 años la familia se vino a Santiago. Aquí se había reunido un grupo numeroso y activo de judíos húngaros, donde los Krell reencontraron y formaron amistades.
El Estudiante
Antonio comenzó a asistir al Kent School, colegio inglés manejado por un interesante grupo de españoles republicanos, entre los que estaba José Balmes, quien fue su primer profesor de dibujo. “Era un colegio muy liberal, muy abierto… y en cada curso había varios alumnos judíos”, nos dice.
Tras el Bachillerato ingresó a la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Chile. Dos años más tarde, se incorporó también a los cursos vespertinos de la Escuela de Bellas Artes. Allí tuvo de profesores, entre otros, a Luis Lobo Parga y a Gracia Barros, la esposa de Balmes.
Tras titularse de Ingeniero Civil Industrial, comenzó a trabajar como investigador en la Facultad y, recién casado con Patricia Rivera, postuló a dos becas, a Italia y Francia, con la intención de compatibilizar su desarrollo profesional con el aprendizaje artístico. Así fue como, como mientras se perfeccionaba en modelos matemáticos e investigación operacional en la Universidad Luigi Bocconi, en Milán, trabajó en talleres de mosaicos bizantinos y aprendió a hacer vitrales con técnicas artesanales medievales.
Los años de silencio
A punto de partir a su segunda beca, en Francia, lo sorprendió la noticia de la muerte de su padre. “El impacto fue terrible. Anduve como sonámbulo por más de dos semanas… pinté algunas cosas muy fuertes… y luego dejé, por casi 15 años, toda forma de expresión artística”.
Regresó a Chile, donde nacieron sus dos hijas mayores, Verónica y Jimena, y se reincorporó al quehacer universitario. En 1968 comenzó a trabajar simultáneamente en el sector privado y dos años más tarde se retiró de la Universidad. Entre tanto, había postulado a una beca para hacer un Magister en Business Administration en la Universidad de California sede Berkeley, California.
Viajó a los Estados Unidos poco antes del golpe militar de 1973. Ya había nacido su hija menor, Mónica, y la familia vivió modestamente mientras Krell estudiaba y trabajaba muchas horas diarias para poder financiar sus estudios. A su regreso a Chile, retomó la actividad empresarial en los sectores financieros e inmobiliario. En 1979 nació su hijo Ignacio.
Nuevos ímpetus
Antonio Krell volvió a la actividad artística durante la convalecencia de una gripe, a fines de la década de 1990, cuando comenzó a dibujar. Sintió que había perdido habilidad, pero poco a poco y con asesoría de Conchita (Concepción) Balmes Barrios, hija de sus primeros maestros, retomó la pintura, cada vez con mayor dedicación.
En el año 2000 presentó su primera exposición individual, en el Centro Cultural Montecarmelo, y a continuación empezó a participar en varias muestras colectivas en nuestro país y el extranjero. En el momento en que escribimos estas líneas se encuentra en Buenos Aires, invitado a presentar su cuadros en la La Recoleta.
Krell se inició hace cuatro años en la escultura , cuando intentó infructuosamente adherir greda a una tela. Su búsqueda de una solución al problema lo condujo al taller “Huara Huara”, que dirige Ruth Krauskopf, donde sigue trabajando disciplinadamente un día a la semana, y con el cual ha participado en varias exposiciones.
Actualmente, dedica casi todo su tiempo al trabajo artístico en su propio taller, delegando en su hija mayor la mayor parte de la responsabilidad empresarial en el exitoso emprendimiento inmobiliario que ha desarrollado.
Los Seres Blancos
¿Espectros? ¿Fantasmas? ¿Almas de seres vivos?. Son los sugerentes protagonistas de la producción más reciente de Krell, que constituye una serie de más de 30 cuadros de gran formato y un importante grupo de esculturas en cerámica, trabajadas tanto en los hornos de alta temperatura de Huara Huara como en quemas artesanales.
En su obra pictórica actual, el colorido aparece mucho más variado y sofisticado que en su producción anterior. Va desde armonías muy neutras de tonos grisáceos, verdosos, azulados o lilas, a otras de contrastes muy vibrantes en rojos o amarillos intensos. Igualmente variada es la composición, ordenaciones muy estáticas, de figuras alineadas, se alternan con esquemas circulares o completamente libres, de siluetas flotantes o entrelazadas.
Estas formas, en ocasiones apenas insinuadas como manchas, se definen en otros casos claramente en sus contornos, e incluso llegan a su expresión más figurativa mediante el dibujo de ojos, labios, perfiles… Nos atrevemos a calificar el estilo de Antonio Krell de “abstracción emotiva” pues en su obra se vuelcan, de modo muy notable, sentimientos y estados de ánimo del artista, que el espectador puede percibir como amor u odio, comunicación o aislamiento, solidaridad o egoísmo, ternura o agresividad.
Podremos apreciarlos, el próximo año, en la Galería Artespacio. Hoy entregamos este adelanto a nuestros lectores.
Sonja Friedmann
La Palabra Israelita
Santiago, noviembre 2005
Exposición TRANSICIÓN - Centro Cultural Montecarmelo
La exposición de Antonio Krell revela una realidad local indesmentible. El cultivo y la práctica de la pintura en una actividad generaliza da y a la que acceden muchos. Su caso, sin embargo, no es ni corresponde al del típico aficionado de fin de semana, ni de pintor de domingos. Al revisar sus antecedentes curriculares se advierte que temprano, junto a su formación como ingeniero civil industrial de la Universidad de Chile, inicia sus estudios plásticos en la Escuela de Bellas Artes, asistiendo a talleres de distintos y meritorios profesores. Luego, paralelo a sus estudios de posgrado en el extranjero, participa de nuevos talleres, indagando en las técnicas del esmalte sobre metal, mosaicos y vidrieras.
La pintura que desarrolla Antonio Krell se instala en el territorio que abren a la par el expresionismo abstracto y el informalismo en los años cincuenta del siglo XX. Respetables formatos, rápida, fugaz y espontánea gestualidad, fuerte colorido, empleo del chorreo y del azar conforman un entramado plástico que permite su cabal expresión visual, plasmando las respuestas del imaginario a los aguijones que afectan su emotividad y sensibilidad. La realidad se oculta y el pintor no se sujeta a ella para dar paso a visiones personales, muchas de raigambre existencialista, desde el ejercicio de la pintura y su puesta en escena son prioritarios y determinantes.
Su labor en la pintura es constante y sistemática, articulada sobre la base de diversas series iconográficos, que iniciadas en la figuración expresionista, afincada en cuerpos y rostros humanos, concluyen con la abstracción actual, surgida de la observación de los peces y sus previstos desplazamientos en las aguas sumado y mezclado el análisis de la caligrafía oriental. Sin proponérselo o saberlo, Antonio Krell, atraviesa por procesos creativos muy similares a muchos casos que enseña la Historia del Arte, en especial algunas individualidades de las escuelas americanas surgidas en la posguerra, afectadas por culturas de otros continentes.
La actual exposición es un resumen visual de su tarea realizada en los años 1998 y 1999. Corresponde a la fase en que su oficio y conocimiento de la pintura se adecua a sus decires y contenidos propuestos. Hay también una opción plástica más consistente como coherente que unida a lo asertivo de su lenguaje, le facilitan el encuentro con lo que todo creador pretende, un estilo que lo distinga.
Enrique Solanich
Santiago, 2000