Agrupadas bajo el título de QUIMERAS, estas pinturas expresionistas de los primeros años de la década de 1990 lindan con el desvarío, interpelan el drama cotidiano de las relaciones humanas exacerbando la caída y exaltando luego la fuga onírica en pos de conciliar –ya que no conjurar– los imposibles, antes de remitirse a barrer las cenizas de tanto fuego fatuo. Pinturas que son así escarnio a la vez que reivindicación de actos fallidos. Azules que entornan la volubilidad y amarillos que estigmatizan el oprobio. En estas obras Antonio Krell va registrando su testimonio de crisis sucesivas, para luego continuar pintando la vida que sigue y cambia y vuelve a cambiar, como la misma pintura.